viernes, 13 de enero de 2012

París


París. Un cielo gris amenaza lluvia. El frío y la humedad atraviesan sin contemplaciones mi bufanda, mi abrigo y mi jersey. Pont des Arts. Cientos y cientos de candados enlazados a una fina reja de metal adornan un puente ya no tan insignificante. Promesas de un amor deseado eterno. Símbolos de unos minutos únicos entre dos personas. Ti amo per sempre, I love you y cientos de nombres unidos por tan irrelevante objeto se oxidan poco a poco mirando al Sena.

Esperanzas que quizás ya se han roto o que con suerte han logrado sobrevivir a la rutina y a
la desidia. Dicen que el amor mueve fronteras y así ha sido. El ayuntamiento se ha tenido que plantear quitarlos y reformar las barandas para impedir que se pudiera repetir la puesta de candados. ¿Cuantas contratos de amor, testigos de besos y caricias, duermen en ese puente firmados con un simple edding negro, retando al viento y la lluvia?, ¿Cuantas de esas historias seguirán vivas?
Rue Saint Honoré. Colette. Mi inspiración. Es Domingo, cerrado, pero un batallón de chavales ordena este templo del diseño que nunca dejará de sorprenderme. Rue Saint Honoré, tiene eso que tiene París. Que parece que cada rincón ha sido estudiado para engañar y embaucar al transeúnte y sumergirle en un cuento donde todo parece bonito y huele a anuncio de perfume caro.
Y de pronto. Ella. La única que logra bloquear todos mis pensamientos, que hace que me sienta tan insignificante y que detiene el tiempo. Según me alejo no puedo parar de preguntarme cuando volveré a verte. Me da pena perderte entre los edificios. Desde lejos o cerca eres igual de omnipotente. Porque ese amasijo de hierros descomunales me hace sentir la grandeza del hombre. Porque cada vez que miro al cielo, donde se pierde la punta de la Torre Eiffel, siento que no soy nadie y que una simple antena tiene más carisma que todos nosotros.

Y sin embargo cuando llegarón las 24h del último día del 2011 sentí que quería estar a unos cuantos kilómetros de allí. Madrid. Un hombre con bigotes de domador salió de la cocina de aquella Brasserie tan retro con una cacerola de metal. "Cinq, quatre, trois, deux,..." Aporreaba el desgastado recipiente con un desproporcionado cucharón de sopa mientras su cuenta atrás dejaba indiferente a los comensales. Y así pasamos del 2011 al 2012 sin gritos, abrazos, sin puerta del Sol, sin los pitidos del whatsapp, de los sms, sin las lineas sobrecargadas. Así son los franceses. Seguían bebiendo su vin de Bordeaux con su tarte Tatin. Impasibles. Imperturbables. Tranquilos. Ni un ápice de locura, ni de emoción, brotaron en ese preciso instante en el que supongo, como cada año, toda España estaría dejándose los pulmones entre matasuegras, gritos de alegría y promesas para un año por escribir.

2 comentarios:

  1. Ohhhh París... Siempre

    Saint Colette, Saint Colette una fuente de innovación, me encanta su espacio descomunal y siempre me sobra el mogollón de gente. Siempre paso antes por Astier de Villate, me reconforta.

    Besos grandes para un año lleno de lo mejor.
    Chiqui

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